miércoles, 11 de enero de 2012

Las Andanzas de Madame LeBrigand



La mujer caminaba a paso firme. Esta ciudad acostumbra a los hombres a caminar de prisa, muy deprisa, pero no había más, tenía que andar al ritmo de los coches, del ruido, como si todos intentasen viajar a la velocidad de la luz. <He aquí el nombre> ella siempre pensaba. <La Ciudad Luz> .
Nació allí, en París, donde los sueños comienzan, se culminan y terminan realizándose, llevaba 63 años llamando hogar al sueño de muchos, al paraíso de los artistas, a la fuente de sabiduría de los intelectuales, compartía su hogar con las palomas que reinan la ciudad, ellas todo lo ven y todo lo escuchan, no existen imposibles.
Brigitte, su madre la había nombrado, nació tres años después de la desocupación de Alemania en su ciudad bajo la dura realidad de la post-guerra. Brigitte era “bright”, era fortaleza, era ese punto de luz en medio de un panorama negro, para la vida de sus padres ella significó la esperanza de un futuro, una razón por la cual luchar.
Seguía caminando por rue Rivoli, era temprano apenas se dibujaba los primeros rayos de sol sobre la ciudad. A su lado pasaban hombres y mujeres que se dirigían al trabajo con diligencia, la mayoría de ellos con celular en mano. Brigitte no usaba celular, pensaba que era una adquisición tonta, ¿para qué tener la necesidad de hablar con alguien si ni siquiera lo ves?  La conversación es un arte que debe ser respetado, por eso le habían enseñado muy bien que cada vez que se dirigiera a alguien lo mirara fijamente a los ojos, la ventana del alma, para que así, las palabras llegasen directamente al corazón.
Llegó a Hotel de Ville, el lugar en donde el General Charles de Gaulle dio un discurso glorioso el 25 de agosto de 1944 refrendando la libertad de la ciudad, alentando a las personas a perseverar, a actuar como seres autónomos, dueños de su libertad. (<¡París ultrajada! ¡París  destrozada! ¡París martirizada! Pero París ha sido liberada, liberada por ella misma, liberada por su pueblo…>). Sus palabras se quedaron en la memoria de sus padres durante el resto de sus vidas, contando la historia como el día que sintieron gozo de caminar por las calles después de tanto tiempo.



Compró un croissant en el mismo café de todos los días, Le Pain Quotidien, un establecimiento de más de 80 años, ahora la cuarta generación lo dirigía; una chica muy amable, delgada, de facciones finas, piel blanca y pelo negro,  su nombre era Apolline.
-Buenos días Madame LeBrigand ¿Lo mismo de siempre para llevar?- preguntó Apolline.
-Buenos días Apolline, lo mismo de siempre gracias. ¿Cómo está Eric? Me enteré que estaba bastante enfermo…- Brigitte contestó.
-Ya está mucho mejor, se está recuperando lentamente pero el doctor dice que si se comporta posiblemente podrá salir en dos semanas- dijo Apolline.
Brigitte sintió alegría, llevaba varios días preocupada de la salud de Eric, el padre de Apolline, amigo de la infancia. Tenía diabetes y comenzaba a sufrir los achaques de la edad. –Me da gusto saberlo, espero que siga todas las indicaciones que le señale el doctor y dígale que pronto pasaré a visitarlo- dijo Brigitte.
Continuó con su camino, Brigitte se dirigía al trabajo. La historia del trabajo de Brigitte es un tanto compleja, de niña siempre fantaseó con princesas, caballeros, castillos y jinetes. Cuando cumplió 18 años tenía claro lo que quería hacer: bailarina de ballet en la Ópera de París y estudiar Historia del Arte Medieval. Su papá, un afamado doctor francés se rió de ella “Estudiar Historia del Arte no traerá pan y leche a la mesa, sólo te ayudará para ser compañía en una conversación y ninguna de mis hijas será un objeto de decoración” contestó firmemente.
¿Qué fue lo que hizo Brigitte? Obedeció a su padre, como buena hija que siempre fue, pero lo hizo a su manera.
Para agradarlo decidió estudiar Derecho, y se enfocó en Derecho Medieval (algo que no le iba a servir de nada a ojos de su padre) así que le sirvieron como bases para, cuando terminada la carrera, decidiera comenzar a estudiar Historia del Arte en la escuela del Louvre . Así ninguno de sus estudios fue tiempo perdido, uno se complementó con otro.  Excepto su sueño de ser bailarina de ballet en la Ópera de París, pero ésa es otra historia.
Llevaba un poco más de treinta años trabajando en su lugar de ensueños, los Archivos Nacionales, como archivista e historiadora. Tenía la oportunidad de estudiar y analizar personalmente las cartas de Nicolás Fouquet, de María Antonieta, de Luis XIV, de Napoleón Bonaparte o los textos que consolidaron la República Francesa. Ella se había transformado en pieza elemental en la búsqueda de información del lugar; tenía las llaves para abrir el “Armario de Fierro” que era el punto más importante y restringido de los Archivos Nacionales donde se encontraban los documentos de mayor cuidado. Actualmente acababa de terminar de hacer una exposición en el Louvre de la Corona de Espinas traída de Mauritania por Luis XIII, sin duda le apasionaba su trabajo.
Al llegar a los Archivos Nacionales saludó a sus colegas y se dirigió directamente a su oficina, tenían que hacer el reporte final de la exposición de Luis XIV y ése día iban a llegar los sellos de los tratados de Francia y Suiza en el siglo XIV , había mucho trabajo por hacer, pero ¿qué es el verdadero trabajo si es hacer lo que uno ama? La historia, estudiar el pasado para comprender el presente era una manera de estar lista para el futuro, para lo que deparara el destino. Nadie sabe lo que va a suceder.
Pero exactamente ése es el arte de vivir. Sentirte frágil ante todo un mundo de posibilidad pero al mismo tiempo buscar la fortaleza para seguir cada instante, Brigitte confiaba en eso.
Sentada en su escritorio recordó una memoria de su infancia, tenía 11 años y se encontraba en su lugar favorito; el hospital de su papá. Podrían pensar la razón por la cual nunca decidió estudiar Medicina, pero aunque siempre tuvo la inquietud, encontró que esa no era su vocación pero eso no desapareció el hecho de que amara estar en el hospital, analizando, viendo la gente pasar. En ese lugar aprendió las lecciones más fuertes de su vida.




Durante años uno de sus anhelos más grandes fue presenciar una operación, su padre, con especialidad en cardiología siempre se lo prohibió por respeto a sus pacientes y por ética profesional, siempre hasta el día que Brigitte cumplió once años.  Sus papás al preguntarle cual era su deseo de cumpleaños no dudó en lanzar una pregunta al viento que siempre se le había sido negada y posiblemente sería así de nuevo. –Estar contigo en una operación- le dijo ella a su padre e increíblemente ( pasan los años y ella sigue sin creerlo) la manera en la que fácilmente accedió.

Al día siguiente tenía una cirugía de corazón abierto, Brigitte apenas pudo conciliar el sueño un día antes ante la emoción de su futuro regalo.  Cuando llegó la mañana, se vistió rápidamente y acompañó a su padre al hospital, por fin pudo ser parte de todo el ritual antes de una operación, la preparación, la vestimenta , desinfectación, los guantes…el olor a limpieza extrema, todo era un sueño que se estaba tornando en realidad.
De ese recuerdo lo que más le impresionó fue cuando se abrió el cuerpo y pudo ver en vivo y a todo color, un corazón humano en pleno funcionamiento. Bastante diferente a como se dibuja en los libros, lleno de conexiones que hacer funcionar al cuerpo humano, y  pudo notar el verdadero esfuerzo por vivir. El corazón, del tamaño aproximadamente de un puño, latía con fuerza cada segundo utilizando una destreza inquebrantable. Se veía la dificultad para tomar fuerza y provocar cada latido, no como tenemos pensado que funciona automáticamente sin ningún problema…
Brigitte miró fijamente el corazón y comprendió que cada instante de la vida es un triunfo del corazón, de esa lucha constante entre la vida y la muerte. Nunca lo olvidó, ni lo olvida, todos los días se sienta en la mañana antes de comenzar sus actividades y recuerda esa anécdota para fijarse la meta de aprovechar cada día, sin perder un solo instante para no traicionar a su corazón.




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