martes, 24 de mayo de 2011

El efecto de Narciso


Existía un hombre de belleza irreal, déspota, egocéntrico y soberbio de nombre Narciso, que ante toda insinuación de interés por parte de los demás, él se negaba rotundamente, rechazando a cada ser de la manera más cruel que se hubiera podido imaginar.
Una de sus tantas admiradoras era la ninfa Eco que, ante un enfrentamiento, fue maliciosamente castigada en repetir por el resto de su vida las últimas palabras que se le decían.
Un día Narciso caminando por el bosque escuchó unos pasos que se aproximaban lentamente hacia él “¿Quién esta ahí?” preguntó. Eco respondió “¿Quién está ahí?” y continuaron durante un rato ese chusco juego de palabras, él por su eterna curiosidad, ella por su gran amorío, que tal vez, jamás sería correspondido ni mucho menos consumado. Pero todo cambió en el momento en el que Eco se armó de valor y quiso romper esa monotonía, salió de su escondite con la intención de abrazar al hombre que amaba, de poder mirar fijamente la belleza de ese ser celestial que la atormentaba día y noche. Podría, con un poco de valor u otro poco de suerte, llegar a sentir el calor humano para enclarescer de una vez por todas sus sentimientos. Pero Narciso, con fría altanería, rechazó a la ninfa sin piedad, reprochándole su acoso, despreciando su amor y exigiéndole que lo dejara en paz por el resto de su mediocre vida. Eco quedó desconsolada, rogándole a todos los dioses que enviaran cuervos para que así se devoraran cada parte de su cuerpo hasta arrancarle el corazón, para que ese sufrimiento, que sólo los que sufren de desamor lo conocen, cesara.


Pasó toda su vida en soledad hasta que se desvaneció y quedó un breve susurro de su voz en el aire, repitiendo cada palabra que oía con la esperanza de que un día Narciso llegara y remediara su pesar.
Narciso, después del incidente con Eco, siguió viviendo su vida encerrado en su ego pero un día sintió sed, se acercó a un río y resultó hipnotizado por la belleza de su reflejo. Con ojos desorbitados, se enamoró de la imagen que encontró al grado que no se atrevió a beber del agua por miedo a que desapareciera o peor aún, a moverse de ese lugar por el encanto que producía mirarlo. Se quedó ahí por el resto de su vida, fascinado por su propio reflejo, sufriendo de los infortunios de un amor inalcanzable, hasta que su corazón dejó de latir, su cuerpo se desvaneció y allí en su lecho de muerte, creció una flor que lleva su nombre pero el olor que despide es insoportable, al igual que la presencia de la soberbia en el ser humano…
Los seres humanos vivimos el efecto de Narciso. Vivimos aferrados a nuestra propia existencia, a nuestro placer, a nuestro sentir, a nuestra vanidad.
La vanidad es el comienzo de todos los pecados.
Es la semilla que transforma la seguridad en la arrogancia, es uno de los tantos placeres personales que el hombre, desde el principio de los tiempos, se puede dar el lujo de sentir con la libertad de proporcionarlo a su medida conciente de que puede crear su autodestrucción.

Pero ¿Qué es la vanidad?, algo tan intangible y peligroso. La fragilidad de caer en la trampa del espejo, despegando los pies de la tierra, perdiendo el sentido de la vida.  Vislumbrando la vida que una vez tuviste y que posiblemente nunca llegues a recuperar.
¿Cuántas personas conocemos que están enclaustrados en su pequeño mundo de irrealidad? No viven entre cuatro paredes, viven entre su cuerpo y su alma, esclavos de su arrogancia sin ver que existe algo más allá. Todo un mundo por descubrir, mientras ellos cegados por la necesidad de aparentar lo contrario a su interior, vacío, crean un mundo interno que no les permite vivir libremente.
En la novela El Principito de Antoine de Saint-Exupéry  el petit Prince, nuestro personaje principal en una de los planeta que visita se encuentra con un vanidoso, deseoso del reconocimiento y la admiración social, las ganas de sentirse superior a los demás. Mientras tanto el principito se cuestiona interminablemente ¿de qué te sirve todo eso, si al final por tu ego vives en soledad?
De nuevo, el efecto de Narciso aparece, con su terrible pestilencia ahuyenta lentamente la compañía…
¿Qué es lo que pasa con la humanidad?
El erróneo concepto de felicidad deforma lentamente nuestro juicio y nuestra atención a objetos superfluos, en la que la belleza estética y el placer personal se convierten en lo más importante. La cultura del yo-yo, alcanzar tus sueños con la finalidad de aplastar a quien sea que se interponga en tu paso,  sin abrir la mente y entender que en transcurso a cumplir tus metas se abren los caminos del éxito, que es cuando esa felicidad de lograr lo que te propones  es compartida con alguien que lo aprecia de la misma forma que tú.
Pero ¿Qué sería de la historia sin aquéllos seres humanos que la vanidad y el afán de poder consumieron su vida así como ahora nosotros consumimos cada renglón, libro, frase de su vida y sus logros? Tratando de entender de una manera más concreta la razón de excesivo amor propio que los llevaron a los mas altos niveles de poder.
Dictadores de la vida que destruyeron la ética y la moral.
Derroches de cinismo por parte de una minoría cuando la mayoría soporta la pesadez del mundo verdadero, corrupción, egoísmo, arrogancia… El mundo está lleno de eso  y lo que sigue.
El desencanto social no cesa, los corazones rotos como Eco no desaparecen con falsas esperanzas o elocuentes palabras. ¡Cuantos no han muerto victimas de las delicias del poder! ¡Cuántos no han muerto con el corazón partido en su morada con ojos tristes y desolados ante la impunidad de nuestra era!
La humanidad caminó descalza por el bosque de la vida terrenal, encontrándose con las delicias del placer, de las ganas insaciables de probar su autonomía, su superioridad. Lo peligroso de la historia es que en ese bosque, dopados bajos esos frutos, nos topamos con nuestro reflejo, y no quisimos movernos.  Nos negamos a avanzar, a ver más allá sin importar que era lo que ocurría a su alrededor.
Cambiaron las estaciones , surgieron las guerras, las discriminaciones, las adulaciones, la mentira, se destruyó la familia, se conoció el temor, se fundo la religión del miedo, se secaron las relaciones interpersonales. El mundo pierde lentamente su gama de colores.

Y por más tétrica que se pone situación, no importa que tan enfrascados estemos en el efecto de Narciso. Existirá esa minoría, que se no se dejaran hechizar por la mentira, que a pesar de que el corazón esté roto, seguiremos tratando de despertar a los que sufren de su enfermedad narcisista, haciendo hasta lo imposible para que su lecho de muerte no sea ahí, si no que aprendan a abrir los ojos y descubrir la libertad que se les fue dada desde el momento de su concepción… Transformar esa pestilencia en belleza compartida.
Dejándonos cautivar en el día a día, sin caer en las trampas de nuestro reflejo, para así poder dejar una huella real y por el resto de los tiempos de escuche ese susurro en el aire, repitiendo en forma de eco el camino correcto a seguir.
Si pudiera regalarte la vida eterna, ¿la tomarías?
Es la trascendencia.
Nos hundimos en el vicio de las emociones, en la locura del enamoramiento, en el derroche de la pasión. Aprendemos a sentir, tal cual la modernidad nos ha enseñado, en tercera dimensión. Respiramos, observamos y escuchamos los susurros de las paredes y de los libros, que han guardado toda una cultura secreta, dentro de una civilización expuesta.
Pisoteamos la ética y gozamos el dulce sabor de los placeres intactos, tan intactos, que nuestras manos no alcanzan a tocar, nuestros ojos a admirar y recordamos, en un instante de desasosiego , la fragilidad del ser humano.
Sin vivir en soledad, sin enfocarnos en nuestra propia vida es cuando comenzaremos, solo así, el verdadero camino hacia la felicidad. 

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