martes, 6 de marzo de 2012

Recuerdos Empolvados: Las Andanzas de Madame LeBrigand


París, 1938
Antoine Fayet miraba fijamente a la ventana de su consultorio. El invierno había llegado antes de lo esperado, en las calles se sentía un aire gélido que le hacía ver todo con un aspecto grisáceo, o tal vez era el ambiente. ¿Quién iba a saber?
Una guerra se acercaba. Todos lo sabían. La gente lo sabía. Los perros lo sabían. Las palomas lo sabían y hasta el mismo Dios lo sabía.
Antoine era un hombre que se acababa de entrar a una edad en la que comenzaba a entender la idea que ya no era el hombre joven que alguna vez fue. Médico cirujano, como es tradición en su familia, con unos ojos azul intenso que contaban con la habilidad de contar las más maravillosas historias. Las historias mitológicas eran sus favoritas, siempre deseó ser escritor. Tenía una imaginación impresionante. Su familia era de Bretaña, al norte de Francia donde las leyendas cobran vida cada vez que alguien las cuenta y siempre vivió en una eterna nostalgia sobre el pasado, debido a que el pasado parecía siempre más feliz y próspero que el presente o el mismo futuro.
Su vista era defectuosa, debía de utilizar unos lentes de fondo de botella con armazón color caoba, y las canas…Sí, esas canas que tanto le gustaron cuando comenzaban a aparecer ahora se volvían una muralla para su espíritu joven. Hace algún tiempo llegó a pensar que el pelo blanco le daría un toque de mayor sabiduría, los viejos por haber vivido más siempre son los más inteligentes pero ahora, su edad y su aspecto le impedían tomar las riendas de un futuro incierto que se avecinaba.
Todos los días, desde hace más de 20 años llegaba a su consultorio a las ocho de la mañana, abría las cortinas y esperaba la llegada de su secretaria. Mientras tanto verificaba las citas que tenía a lo largo del día, y se encomendaba a una labor que había comenzado desde muy joven- ser doctor-  la cual se había transformado en un estilo de vida. Su teoría era siempre brindar lo mejor en el mejor momento con la mejor disposición.
No siempre era fácil, la situación económica de su época nunca había estado bien. Y de una manera u otra, él tampoco. Justo al finalizar sus estudios básicos de medicina, la Gran Guerra llegó y debió de apuntarse para combatir en Verdún.
Nunca le compartía a nadie lo vivido dentro de las trincheras, se había vuelto un secreto de estado. Ni a su esposa después de su regreso de la guerra. Esas noches en las que se despertaba a mitad de la noche empapado en un sudor frío gritando frenéticamente de un dolor inexistente, un dolor que yacía en lo más profundo de sus pesadillas en las que podía transportarse de nuevo a esos hoyos en el suelo que parecían nidos de ratas. Las ratas eran ellos, o el enemigo o las ratas de verdad, ya no había diferencia alguna. Se movían silenciosamente entre el lodo, el sudor, la artillería y la sangre preparándose para salir al combate. No eran seres humanos, eran bestias en un campo de batalla programados para matar a sangre fría antes de que otro lograra su cometido y se volviera todo una cifra más de un discurso político en alguna parte de su país mientras las mujeres lloran desconsoladamente y los niños no entienden lo que pasa y les crujen las tripas del hambre que ha provocado la guerra.
En las trincheras todos eran la misma persona, muy pocas veces se reconocían los unos a los otros como amigos. El código era muy claro, dentro de ellas debían de ayudarse; a buscar comida o alivio. Y en la noche cuando la batalla cesaba un poco, buscar en algún lugar de su mente, un sitio donde aferrarse y poder conciliar unos minutos de sueño. Antoine nunca pudo encontrarlo, no sin escuchar un grito de sufrimiento o seguir oliendo la pestilencia que produce cientos de muertos apilados con caras pálidas listos para ser contados a primera hora de la mañana. Era inevitable a su regreso omitir cualquier detalle de la guerra y largarlo de sus memorias, como si hubiesen existido en otra vida que nunca pasó.
Christiane, su esposa, jamás lo interrogó. Ni con los gritos nocturnos, ni con la esquizofrenia ni con los ataques de pánicos que le llegaban cada cierto tiempo en donde Antoine debía de esconderse en el armario para huir de ellos.
Había contraído matrimonio con Christiane en pleno inicio de la guerra, la primavera de 1915 justo antes de alistarse para el ejército. Se conocieron en su juventud en Bretaña. Antoine la recuerda como una fresca brisa de verano en plena tormenta pero la amó desde el primer día y lo seguiría haciendo sin importar de que la muerte se empeñara en cambiar ese hecho.
Unos meses después de partir a la guerra se enteró, por medio de un telegrama que recibió en St. Mihiel, que su querida Christiane estaba esperando un hijo suyo que llevaría su mismo nombre. Antoine no pudo conciliar el sueño y la felicidad invadía cada momento que recordaba a su cheriè y la imaginaba en el campo con un vestido de gasa blanco, su tez blanca y mejillas rosadas, unos ojos azules y denotándose en su vientre una pronunciación que anunciaba el fruto que yacía dentro de ella. No importa lo que le sucediera, él no se dejaría vencer, tenía unas razones por las cuales seguir viviendo.
Ese sueño no duró tanto tiempo, las crudas situaciones que lo envolvían todos los días comenzaban a decolorar esas historias imaginarias que creaba para escapar de su realidad. Hasta el día en el que se enteró de las noticias que marcaron su vida y lo abandonaron en la más triste realidad de su mundo; había llegado a su pueblo un comando alemán durante una desviación en su camino. Al no tener comida habían saqueado casas para quitarles sus despojos y robar paja para sus caballos y abrigos para sus hombres, la gente había quedado indefensa; dentro de esas personas había estado su Christiane. Su mujer, recién recuperada de lo que había sido un embarazo difícil y con un hijo en brazos, se quedó sin su protección ante unos rufianes maliciosos. Se llevaron la comida y el frío de la temporada era casi insoportable. Así fue como su primogénito, que aún no conocía pero lo amaba desde el primer momento de su existencia, Antoine, contrajo una terrible fiebre escarlata. Los doctores de la familia, según la minuciosa carta escrita por su hermana Charlotte, habían llevado su enfermedad muy de cerca, pero la falta de medicinas, el frío, la mala alimentación y la débil condición de su mujer en poder alimentar a su hijo debido a su debilidad y menuda fisionomía, le arrebataron la vida en un suspiro a su hijo de apenas un breve lapso de tiempo para poder llamarlo por su nombre. Antoine jamás lo pudo llamar por su nombre y jamás lo iba a hacer.

Sólo las personas que han sido arrastradas al límite del dolor y de sus emociones han podido entender la capacidad de soportar un dolor tan tajante que nos despoje mediante pequeñas punzadas en el corazón cada momento de nuestra vida. Nuestro valiente combatiente no sólo había perdido compañeros en la batalla, la guerra le había arrebatado un ser que formaba parte de él y que nunca pudo llamarlo por su nombre. Su existencia se limitó a sueños de una mañana en las trincheras. Antoine permaneció paralizado dentro de su dolor.  Durante mucho tiempo dejó de comer y en algunas ocasiones de los días posteriores pensó en dejarse matar en plena batalla. Pero no fue hasta que fue herido mediante una granada que explotó muy cerca de él, cuando se enfrentó con el hecho de que la muerte es un compañero fiel que nos sigue a cada instante desde nuestro nacimiento y que si él le pedía con todas sus fuerzas que lo llevara a su destino fatal, la muerte le iba a cumplir.
Quedó inconsciente, fue herido en la pierna y trasladado a la Cruz Roja donde recobró la consciencia veinticuatro horas después mientras una enfermera le vendaba la pierna. –“Estará bien M. Fayet, hubo una fractura en el fémur pero poco a poco mediante ejercicios podrá volver a caminar- dijo la muchacha de cabellos rubios.
Fue reconocido por su buen desempeño defendiendo a su país y enviado a casa con su Christiane, de la que ya casi no recordaba, no por el tiempo que hubiese pasado fuera, si no por la tristeza que le invadió la noticia de la muerte de su hijo. En ese momento Antoine Fayet regresó a la vida, recordó que el amor seguía, el algún rincón de este mundo, esperándolo.
Su regreso, también regresó la felicidad a la vida de Christiane, ya que estuvo varias veces a punto de perder la cabeza por la inquietud de perder a su marido en la guerra y la negación de haber perdido a su bebé.
Antoine nunca habló con Christiane de su hijo muerto, ni tampoco de la guerra. Regresó más convencido que nunca que era tiempo de formar un nuevo camino que lo hiciera olvidarse de la terrible etapa que acaban de experimentar.
Recordó lo que era tener algo por que vivir y buscó las maneras de poder continuar con sus estudios de medicina motivado por la necesidad que había visto durante la guerra. Así fue como pudo arreglar todo para hacer su especialidad en la Escuela de Medicina de París y encontró un humilde departamento a las afueras de la ciudad para que él y su esposa comenzaran una nueva vida.
Christiane apoyó la decisión de su marido en todo momento. Llegó la hora de empezar desde el principio y dejar atrás todo el sufrimiento.
El día que llegaron a París, 12 de enero de 1919, fue el mismo día en el que fue firmado el Tratado de Versalles dándole fin a la Gran Guerra. La gente en las calles aclamaba con júbilo el fin de una era que lo único que había llevado había sido a la destrucción. Escritos y felicitaciones a Georges Clemenceau se escuchaban por doquier. Era un ambiente de fiesta en las calles parisinas.
Llegaron a su pequeño piso en un edificio del siglo pasado con una enorme puerta azul a la entrada y la portera los recibió con sus llaves. “M. y Mme LeBrigand” así decía el apartamento número 4A en la calle de Joan d´Arc en el distrito trece.
Tuvieron que tomar decisiones difíciles, una de ella fue el hecho de que Antoine debió de cambiarse el apellido de su padre, Fayet, por el de su familia materna, LeBrigand. Fayet provenía de sus ancestros alemanes, y después de la guerra y el hecho de que Alemania fuera a pagar los gastos producidos de ella, sería un problema por un resentimiento social que se iba acumulando. También era una señal para cambiar, pero nada de eso importaba. Si algo había aprendido en los días de batalla era que pasara lo que pasara debías de ir hacia el frente porque era la única dirección que te haría verdaderamente avanzar. Estaba decidido que nada lo haría cambiar de opinión, ni lo haría volver a mirar atrás.
Después de acomodar un poco sus pertenencias, Antoine y Christiane salieron a las calles y caminaron reencontrándose el uno con el otro en medio de un tumulto de gente que sólo pensaba en ese momento glorioso sin estar seguros en realidad de lo que les esperaba. Mediante caricias, abrazos, miradas cómplices y besos largos, se enamoraron como lo hicieron alguna vez en una tarde de verano años atrás. Ambos sabían que el camino que faltaba por recorrer era difícil pero valía la pena, se tenían el uno al otro, juntos lograrían curar su corazón y encontrar su misión en la vida.


miércoles, 11 de enero de 2012

Las Andanzas de Madame LeBrigand



La mujer caminaba a paso firme. Esta ciudad acostumbra a los hombres a caminar de prisa, muy deprisa, pero no había más, tenía que andar al ritmo de los coches, del ruido, como si todos intentasen viajar a la velocidad de la luz. <He aquí el nombre> ella siempre pensaba. <La Ciudad Luz> .
Nació allí, en París, donde los sueños comienzan, se culminan y terminan realizándose, llevaba 63 años llamando hogar al sueño de muchos, al paraíso de los artistas, a la fuente de sabiduría de los intelectuales, compartía su hogar con las palomas que reinan la ciudad, ellas todo lo ven y todo lo escuchan, no existen imposibles.
Brigitte, su madre la había nombrado, nació tres años después de la desocupación de Alemania en su ciudad bajo la dura realidad de la post-guerra. Brigitte era “bright”, era fortaleza, era ese punto de luz en medio de un panorama negro, para la vida de sus padres ella significó la esperanza de un futuro, una razón por la cual luchar.
Seguía caminando por rue Rivoli, era temprano apenas se dibujaba los primeros rayos de sol sobre la ciudad. A su lado pasaban hombres y mujeres que se dirigían al trabajo con diligencia, la mayoría de ellos con celular en mano. Brigitte no usaba celular, pensaba que era una adquisición tonta, ¿para qué tener la necesidad de hablar con alguien si ni siquiera lo ves?  La conversación es un arte que debe ser respetado, por eso le habían enseñado muy bien que cada vez que se dirigiera a alguien lo mirara fijamente a los ojos, la ventana del alma, para que así, las palabras llegasen directamente al corazón.
Llegó a Hotel de Ville, el lugar en donde el General Charles de Gaulle dio un discurso glorioso el 25 de agosto de 1944 refrendando la libertad de la ciudad, alentando a las personas a perseverar, a actuar como seres autónomos, dueños de su libertad. (<¡París ultrajada! ¡París  destrozada! ¡París martirizada! Pero París ha sido liberada, liberada por ella misma, liberada por su pueblo…>). Sus palabras se quedaron en la memoria de sus padres durante el resto de sus vidas, contando la historia como el día que sintieron gozo de caminar por las calles después de tanto tiempo.



Compró un croissant en el mismo café de todos los días, Le Pain Quotidien, un establecimiento de más de 80 años, ahora la cuarta generación lo dirigía; una chica muy amable, delgada, de facciones finas, piel blanca y pelo negro,  su nombre era Apolline.
-Buenos días Madame LeBrigand ¿Lo mismo de siempre para llevar?- preguntó Apolline.
-Buenos días Apolline, lo mismo de siempre gracias. ¿Cómo está Eric? Me enteré que estaba bastante enfermo…- Brigitte contestó.
-Ya está mucho mejor, se está recuperando lentamente pero el doctor dice que si se comporta posiblemente podrá salir en dos semanas- dijo Apolline.
Brigitte sintió alegría, llevaba varios días preocupada de la salud de Eric, el padre de Apolline, amigo de la infancia. Tenía diabetes y comenzaba a sufrir los achaques de la edad. –Me da gusto saberlo, espero que siga todas las indicaciones que le señale el doctor y dígale que pronto pasaré a visitarlo- dijo Brigitte.
Continuó con su camino, Brigitte se dirigía al trabajo. La historia del trabajo de Brigitte es un tanto compleja, de niña siempre fantaseó con princesas, caballeros, castillos y jinetes. Cuando cumplió 18 años tenía claro lo que quería hacer: bailarina de ballet en la Ópera de París y estudiar Historia del Arte Medieval. Su papá, un afamado doctor francés se rió de ella “Estudiar Historia del Arte no traerá pan y leche a la mesa, sólo te ayudará para ser compañía en una conversación y ninguna de mis hijas será un objeto de decoración” contestó firmemente.
¿Qué fue lo que hizo Brigitte? Obedeció a su padre, como buena hija que siempre fue, pero lo hizo a su manera.
Para agradarlo decidió estudiar Derecho, y se enfocó en Derecho Medieval (algo que no le iba a servir de nada a ojos de su padre) así que le sirvieron como bases para, cuando terminada la carrera, decidiera comenzar a estudiar Historia del Arte en la escuela del Louvre . Así ninguno de sus estudios fue tiempo perdido, uno se complementó con otro.  Excepto su sueño de ser bailarina de ballet en la Ópera de París, pero ésa es otra historia.
Llevaba un poco más de treinta años trabajando en su lugar de ensueños, los Archivos Nacionales, como archivista e historiadora. Tenía la oportunidad de estudiar y analizar personalmente las cartas de Nicolás Fouquet, de María Antonieta, de Luis XIV, de Napoleón Bonaparte o los textos que consolidaron la República Francesa. Ella se había transformado en pieza elemental en la búsqueda de información del lugar; tenía las llaves para abrir el “Armario de Fierro” que era el punto más importante y restringido de los Archivos Nacionales donde se encontraban los documentos de mayor cuidado. Actualmente acababa de terminar de hacer una exposición en el Louvre de la Corona de Espinas traída de Mauritania por Luis XIII, sin duda le apasionaba su trabajo.
Al llegar a los Archivos Nacionales saludó a sus colegas y se dirigió directamente a su oficina, tenían que hacer el reporte final de la exposición de Luis XIV y ése día iban a llegar los sellos de los tratados de Francia y Suiza en el siglo XIV , había mucho trabajo por hacer, pero ¿qué es el verdadero trabajo si es hacer lo que uno ama? La historia, estudiar el pasado para comprender el presente era una manera de estar lista para el futuro, para lo que deparara el destino. Nadie sabe lo que va a suceder.
Pero exactamente ése es el arte de vivir. Sentirte frágil ante todo un mundo de posibilidad pero al mismo tiempo buscar la fortaleza para seguir cada instante, Brigitte confiaba en eso.
Sentada en su escritorio recordó una memoria de su infancia, tenía 11 años y se encontraba en su lugar favorito; el hospital de su papá. Podrían pensar la razón por la cual nunca decidió estudiar Medicina, pero aunque siempre tuvo la inquietud, encontró que esa no era su vocación pero eso no desapareció el hecho de que amara estar en el hospital, analizando, viendo la gente pasar. En ese lugar aprendió las lecciones más fuertes de su vida.




Durante años uno de sus anhelos más grandes fue presenciar una operación, su padre, con especialidad en cardiología siempre se lo prohibió por respeto a sus pacientes y por ética profesional, siempre hasta el día que Brigitte cumplió once años.  Sus papás al preguntarle cual era su deseo de cumpleaños no dudó en lanzar una pregunta al viento que siempre se le había sido negada y posiblemente sería así de nuevo. –Estar contigo en una operación- le dijo ella a su padre e increíblemente ( pasan los años y ella sigue sin creerlo) la manera en la que fácilmente accedió.

Al día siguiente tenía una cirugía de corazón abierto, Brigitte apenas pudo conciliar el sueño un día antes ante la emoción de su futuro regalo.  Cuando llegó la mañana, se vistió rápidamente y acompañó a su padre al hospital, por fin pudo ser parte de todo el ritual antes de una operación, la preparación, la vestimenta , desinfectación, los guantes…el olor a limpieza extrema, todo era un sueño que se estaba tornando en realidad.
De ese recuerdo lo que más le impresionó fue cuando se abrió el cuerpo y pudo ver en vivo y a todo color, un corazón humano en pleno funcionamiento. Bastante diferente a como se dibuja en los libros, lleno de conexiones que hacer funcionar al cuerpo humano, y  pudo notar el verdadero esfuerzo por vivir. El corazón, del tamaño aproximadamente de un puño, latía con fuerza cada segundo utilizando una destreza inquebrantable. Se veía la dificultad para tomar fuerza y provocar cada latido, no como tenemos pensado que funciona automáticamente sin ningún problema…
Brigitte miró fijamente el corazón y comprendió que cada instante de la vida es un triunfo del corazón, de esa lucha constante entre la vida y la muerte. Nunca lo olvidó, ni lo olvida, todos los días se sienta en la mañana antes de comenzar sus actividades y recuerda esa anécdota para fijarse la meta de aprovechar cada día, sin perder un solo instante para no traicionar a su corazón.




martes, 24 de mayo de 2011

El efecto de Narciso


Existía un hombre de belleza irreal, déspota, egocéntrico y soberbio de nombre Narciso, que ante toda insinuación de interés por parte de los demás, él se negaba rotundamente, rechazando a cada ser de la manera más cruel que se hubiera podido imaginar.
Una de sus tantas admiradoras era la ninfa Eco que, ante un enfrentamiento, fue maliciosamente castigada en repetir por el resto de su vida las últimas palabras que se le decían.
Un día Narciso caminando por el bosque escuchó unos pasos que se aproximaban lentamente hacia él “¿Quién esta ahí?” preguntó. Eco respondió “¿Quién está ahí?” y continuaron durante un rato ese chusco juego de palabras, él por su eterna curiosidad, ella por su gran amorío, que tal vez, jamás sería correspondido ni mucho menos consumado. Pero todo cambió en el momento en el que Eco se armó de valor y quiso romper esa monotonía, salió de su escondite con la intención de abrazar al hombre que amaba, de poder mirar fijamente la belleza de ese ser celestial que la atormentaba día y noche. Podría, con un poco de valor u otro poco de suerte, llegar a sentir el calor humano para enclarescer de una vez por todas sus sentimientos. Pero Narciso, con fría altanería, rechazó a la ninfa sin piedad, reprochándole su acoso, despreciando su amor y exigiéndole que lo dejara en paz por el resto de su mediocre vida. Eco quedó desconsolada, rogándole a todos los dioses que enviaran cuervos para que así se devoraran cada parte de su cuerpo hasta arrancarle el corazón, para que ese sufrimiento, que sólo los que sufren de desamor lo conocen, cesara.


Pasó toda su vida en soledad hasta que se desvaneció y quedó un breve susurro de su voz en el aire, repitiendo cada palabra que oía con la esperanza de que un día Narciso llegara y remediara su pesar.
Narciso, después del incidente con Eco, siguió viviendo su vida encerrado en su ego pero un día sintió sed, se acercó a un río y resultó hipnotizado por la belleza de su reflejo. Con ojos desorbitados, se enamoró de la imagen que encontró al grado que no se atrevió a beber del agua por miedo a que desapareciera o peor aún, a moverse de ese lugar por el encanto que producía mirarlo. Se quedó ahí por el resto de su vida, fascinado por su propio reflejo, sufriendo de los infortunios de un amor inalcanzable, hasta que su corazón dejó de latir, su cuerpo se desvaneció y allí en su lecho de muerte, creció una flor que lleva su nombre pero el olor que despide es insoportable, al igual que la presencia de la soberbia en el ser humano…
Los seres humanos vivimos el efecto de Narciso. Vivimos aferrados a nuestra propia existencia, a nuestro placer, a nuestro sentir, a nuestra vanidad.
La vanidad es el comienzo de todos los pecados.
Es la semilla que transforma la seguridad en la arrogancia, es uno de los tantos placeres personales que el hombre, desde el principio de los tiempos, se puede dar el lujo de sentir con la libertad de proporcionarlo a su medida conciente de que puede crear su autodestrucción.

Pero ¿Qué es la vanidad?, algo tan intangible y peligroso. La fragilidad de caer en la trampa del espejo, despegando los pies de la tierra, perdiendo el sentido de la vida.  Vislumbrando la vida que una vez tuviste y que posiblemente nunca llegues a recuperar.
¿Cuántas personas conocemos que están enclaustrados en su pequeño mundo de irrealidad? No viven entre cuatro paredes, viven entre su cuerpo y su alma, esclavos de su arrogancia sin ver que existe algo más allá. Todo un mundo por descubrir, mientras ellos cegados por la necesidad de aparentar lo contrario a su interior, vacío, crean un mundo interno que no les permite vivir libremente.
En la novela El Principito de Antoine de Saint-Exupéry  el petit Prince, nuestro personaje principal en una de los planeta que visita se encuentra con un vanidoso, deseoso del reconocimiento y la admiración social, las ganas de sentirse superior a los demás. Mientras tanto el principito se cuestiona interminablemente ¿de qué te sirve todo eso, si al final por tu ego vives en soledad?
De nuevo, el efecto de Narciso aparece, con su terrible pestilencia ahuyenta lentamente la compañía…
¿Qué es lo que pasa con la humanidad?
El erróneo concepto de felicidad deforma lentamente nuestro juicio y nuestra atención a objetos superfluos, en la que la belleza estética y el placer personal se convierten en lo más importante. La cultura del yo-yo, alcanzar tus sueños con la finalidad de aplastar a quien sea que se interponga en tu paso,  sin abrir la mente y entender que en transcurso a cumplir tus metas se abren los caminos del éxito, que es cuando esa felicidad de lograr lo que te propones  es compartida con alguien que lo aprecia de la misma forma que tú.
Pero ¿Qué sería de la historia sin aquéllos seres humanos que la vanidad y el afán de poder consumieron su vida así como ahora nosotros consumimos cada renglón, libro, frase de su vida y sus logros? Tratando de entender de una manera más concreta la razón de excesivo amor propio que los llevaron a los mas altos niveles de poder.
Dictadores de la vida que destruyeron la ética y la moral.
Derroches de cinismo por parte de una minoría cuando la mayoría soporta la pesadez del mundo verdadero, corrupción, egoísmo, arrogancia… El mundo está lleno de eso  y lo que sigue.
El desencanto social no cesa, los corazones rotos como Eco no desaparecen con falsas esperanzas o elocuentes palabras. ¡Cuantos no han muerto victimas de las delicias del poder! ¡Cuántos no han muerto con el corazón partido en su morada con ojos tristes y desolados ante la impunidad de nuestra era!
La humanidad caminó descalza por el bosque de la vida terrenal, encontrándose con las delicias del placer, de las ganas insaciables de probar su autonomía, su superioridad. Lo peligroso de la historia es que en ese bosque, dopados bajos esos frutos, nos topamos con nuestro reflejo, y no quisimos movernos.  Nos negamos a avanzar, a ver más allá sin importar que era lo que ocurría a su alrededor.
Cambiaron las estaciones , surgieron las guerras, las discriminaciones, las adulaciones, la mentira, se destruyó la familia, se conoció el temor, se fundo la religión del miedo, se secaron las relaciones interpersonales. El mundo pierde lentamente su gama de colores.

Y por más tétrica que se pone situación, no importa que tan enfrascados estemos en el efecto de Narciso. Existirá esa minoría, que se no se dejaran hechizar por la mentira, que a pesar de que el corazón esté roto, seguiremos tratando de despertar a los que sufren de su enfermedad narcisista, haciendo hasta lo imposible para que su lecho de muerte no sea ahí, si no que aprendan a abrir los ojos y descubrir la libertad que se les fue dada desde el momento de su concepción… Transformar esa pestilencia en belleza compartida.
Dejándonos cautivar en el día a día, sin caer en las trampas de nuestro reflejo, para así poder dejar una huella real y por el resto de los tiempos de escuche ese susurro en el aire, repitiendo en forma de eco el camino correcto a seguir.
Si pudiera regalarte la vida eterna, ¿la tomarías?
Es la trascendencia.
Nos hundimos en el vicio de las emociones, en la locura del enamoramiento, en el derroche de la pasión. Aprendemos a sentir, tal cual la modernidad nos ha enseñado, en tercera dimensión. Respiramos, observamos y escuchamos los susurros de las paredes y de los libros, que han guardado toda una cultura secreta, dentro de una civilización expuesta.
Pisoteamos la ética y gozamos el dulce sabor de los placeres intactos, tan intactos, que nuestras manos no alcanzan a tocar, nuestros ojos a admirar y recordamos, en un instante de desasosiego , la fragilidad del ser humano.
Sin vivir en soledad, sin enfocarnos en nuestra propia vida es cuando comenzaremos, solo así, el verdadero camino hacia la felicidad. 

domingo, 3 de abril de 2011

Entre un caballito y un cabaret


Hace poco caminando por la vida, viendo el mundo pasar ante mis ojos, un placer que sólo se puede hacer en ciertos lugares en donde la mezcla de nacionalidades y culturas se funden en una para crear la nada, me tope sin más ni mas con un hotel fetichista que llamó mi atención de primera instancia. Al introducirme, encontré un mundo paralelo al mío y mi mente susurró “Voltea a la derecha y no te canses de buscar los nuevos caminos que la mente te invita a recorrer…”.
Lo que encontré fue un libro amarillo (por lo que pude notar bajo la luz neon que alumbraba la habitación), de letras negras y grandes que exclamaba a gritos que mis manos rozaran la carátula y así lograr romper las reglas de lo ordinario. Dadaísmo, él ostentaba. Intrigada, lo abrí, al mismo tiempo que comenzó un recorrido hacia lo desconocido.
Sentí que me había transportado al sueño ideático de Herman Hesse en El Lobo Estepario y tuve un espejismo donde había un letrero que decía << Sólo para locos- La entrada cuesta la razón. No para cualquiera >> . ¿ En qué me había metido? ¿ Qué significaba esta palabra sin sentido, éste libro sin letras, lleno de imágenes fuertes, extrañas figuras que se burlaban del arte convencional?  Así conocí esa palabra, que al repetirla suena coquetamente intelectual pero en realidad tiene una historia mucho más rebelde que la dramatización con la que se exhibe en sus obras poéticas o literarias.
A finales del siglo XIX nació un niño alemán, en el momento perfecto en el que esa generación fue reclutada a ser partícipes de las guerras que el futuro predecía. Hugo Ball, el protagonista de esta historia, estudió sociología y filosofía en la Universidad de Munich. Mientras la Primera Guerra Mundial estallaba, como buen joven, desbordando ideas y queriendo probar su valentía, se une a la armada pero al invadir Bélgica queda completamente defraudado ante las brutalidades de la guerra, argumentando -"La guerra se basa en un error evidente, los hombres se han confundido con las máquinas"-. Traiciona la patria y emigra a Suiza, en donde se enamora perdidamente de Emmy Hennings, una actriz de cabaret, con la que contrae matrimonio. Y así funda el Cabaret Voltaire, entre luces tenues, olor a café e interminables noches con botellas de coñac, una serie de artistas refugiados de guerra en la neutral Suiza quisieron encontrar la manera de romper los esquemas del mundo que los rodeaba, crearon el Dadaísmo.

Como las buenas cosas de la vida nacen de los placeres mas obscuros y con las peores compañías que resultan ser las creadoras de las ideas mas abrumadoramente locas, a nuestro amigo Ball se le unieron los rumanos Tristan Tzara y Marcel Junco en donde juntos decidieron en medio de un juego de azar bautizar al movimiento como “Dadá” (caballito de juguete según el diccionario francés-alemán que utilizaron). Pero en realidad esto tenía un significado mucho más escéptico que la rebelión ante los soldaditos de plomo de carne y hueso o caballitos de madera, nuestro trío constantemente repetía el “da, da”, donde Da significa “sí” mostrando como una forma sarcástica de decir “sí, claro” ante los temas sobre política, sociedad y cultura que tocaban en sus largas reuniones nocturnas.
Ball, Tzara y Junco fundaron una de las corrientes artísticas mas complejas que han existido, ya que se fundamenta en destruir todos los parámetros de la normalidad, burlarse de la burguesía y darle rienda suelta a la fantasía. Crearon un antiarte en el que la noticia se fue distribuyendo de boca en boca al grado de formar un extenso grupo de artistas, poetas e intelectuales decepcionados sobre su situación en ese periodo de entreguerras.
El dadaísmo creó una ideología modus vivendi, una incontenible negación ante cualquier tradición, queriendo forcejear sin sentido el antihumanismo, olvidar lo que existía antes para poder crear sus propios sistemas de vida. Comenzaron las publicaciones en donde citaban a René Descartes diciendo <<No quiero ni siquiera saber si antes de mí hubo otro hombre>>.
¿Irónico o no? Seres humanos negando su naturaleza, descifrando su propio lenguaje imaginario donde por medio de poesías, exposiciones de arte y libros cuestionaban su existencia. Por igual, Dadá se reía por medio del collage de la belleza eterna.

Sus pensamientos e ideologías se podían parecer muy similares a la anarquía, y su encanto duró unos cuantos años después de que el gran Cabaret Voltaire cerrara. Los artistas se difundieron por todo Europa, Hugo Ball emigró nuevamente, en esta ocasión con destino hacia Estados Unidos, pero Tzara se dirigió a París para continuarlo. Con el calor de la vida parisina, la corriente se fue transformando en el surrealismo y modernismo.
Al estallido de la Segunda Guerra Mundial, el Dadaísmo cesó de actividad, en donde muchos de sus artistas murieron en los campos de exterminio de Hitler, ya que fue una de las tantas corrientes que fue perseguida por los nazis por sus mensajes anti políticos.
El dilema se marca claramente,¿Eran buenas o malas las ideas que cimentaban al dadaísmo? ¿Porqué la necesidad de negar las tradiciones marcadas por el hombre durante toda la eternidad? No fue algo creado por Ball, ni por Tzara ni Junco, si no fue algo creado por la injusticia y el desconcierto social que vivían en la época. Era un grupo de jóvenes que querían recordar que más allá de la batalla bélica que había o detrás de ese patriotismo, existían seres humanos independientes buscando nuevas fronteras en medio de un país enclaustrado entre las actividades más brutales e irracionales como el genocidio y la guerra.
Dada es la vida sin líneas divisoras, sin pantuflas para caminar en mármol frío, ateniéndose a las consecuencias que iba a traer su extinción.
¿Qué sería la vida si optáramos por verla desde ese sentido? ¿Existiría el mal o habría eternas confrontaciones?  Con la libertad de poner sentido al sin sentido, o abolir el orden de letras y encontrarle lógica al poema de la vida.

Es una decisión de cada quien, sea bueno o malo, tenemos que aceptar lo que nos enseña cada historia y éste caso encontrarle el humor a las situaciones que no entendemos o nos indignamos en un mundo en el que siempre encontrarás a personas que no comparten tu ideología.
Todo está en el orden en el que acomodes tus pensamientos. Nada es todo. Todo es nada.

Volví en mí, justo cuando la amiga que me acompañaba tocó mi hombro.
-Vamos a comer, deja tus libros extraños para después- Ella dijo.
Me precipité y cerré el libro rápidamente como un niño que había encontrado un gran tesoro, había encontrado un mundo que se creó entre un caballito de juguete y un cabaret.
Salimos del hotel mientras en algún café a unas cuadras se escuchaba la música de una estación de radio, con un viejo riendo y fumando recordando los tiempos del danzón.“Fue en un cabaret, donde te encontré…”

martes, 1 de marzo de 2011

El Divorcio de la Conciencia


<<Si a pesar de esa terrible presión de la “moralidad de la costumbre” bajo la que todos los seres corrientes de la humanidad han vivido, muchos miles de años antes de nuestra era, y en ella, más o menos también hasta hoy (nosotros mismos vivimos en el pequeño mundo de las excepciones y, por así decir, en la zona mala) :- si como digo, a pesar de eso brotaban ideas, valoraciones e instintos, ocurría con su acompañamiento terrible: casi en todos los casos es la locura la que abre camino a la idea nueva, la que rompe el hechizo de una costumbre, o una superstición venerable. ¿Comprendéis por qué tenía que ser la locura? ¿Algo tan aterrador e imprevisible, en su voz y su gesto, como los caprichos demoníacos del tiempo y del mar , y por ello digno de un respeto y una observación parecidos? ¿Algo que llevaba tan visible el signo de la total involuntariedad, como las convulsiones y la espuma del epiléptico, que parecía caracterizar así al loco como máscara y caja de resonancia de una divinidad? ¿Algo que daba al portador de una nueva idea respeto y temor de sí mismo y no ya remordimientos de conciencia, empujándolo a ser el profeta y el mártir de esa idea? – Mientras que a nosotros hoy se nos dice que al genio, en vez de un grano de sal, le ha sido dado un grano de la raíz de la locura, los hombres de otros tiempos estaban más cerca de pensar que allí donde hay locura, también hay un grano de genio y de sabiduría,- algo <divino>, como se decían en voz baja los unos a los otros.
Vayamos aún un paso más allá: a todos esos seres humanos superiores, que se sentían irresistiblemente impulsados a romper el yugo de cualquier moralidad y a dar nuevas leyes, no les quedaba otro remedio, si no estaban locos de verdad, que volverse o hacerse los locos.
Simplemente no pensar en nada excepto en lo que puede traer consigo un éxtasis o desorden espiritual. ¡Quién se atreve a asomarse a la selva de las penas del alma más amargas y más inútiles, que han padecido seguramente los seres humanos más fructíferos de todos los tiempos! Oíd esos suspiros de los solitarios y trastornados: ¡Oh, dioses, dadme la locura! ¡Para que, por fin, crea en mí mismo! Dadme delirios y convulsiones, luces fulminantes y tinieblas, aterradme con frío y calor, jamás sentidos por un mortal, con estruendo y fantasmas, dejadme aullar y lloriquear y arrastrarme como un animal: ¡Con tal de que halle fe en mí mismo!
Y este fervor alcanzaba demasiadas veces su objetivo demasiado bien: aquella época en la que el cristianismo demostró con mayor intensidad su riqueza de santos y ermitaños del desierto, y creyó así demostrarse a sí mismo, había en Jerusalén grandes manicomios para santos malogrados, para aquellos que habían dado su último grano de sal >>
Friedrich Nietzsche , Aurora: Reflexiones sobre prejuicios morales, Primer Libro, 1881



Fue una vez en la época de las letras y la Ilustración, en una Alemania que caminaba con paso seguro hacia sus aires de grandeza, un hombre de edad media, adelantado a su época nacido en Frankfurt, amante de los trabajos shakesperianos, Johann Wolfgang Von Goethe, mayormente conocido como Goethe en nuestra cultura occidental, entre todos sus escritos, se atrevió a sintetizar la razón de su ser, << La locura, a veces, no es otra cosa que la razón presentada de diferente forma>>.
Según la Real Academia Española, el término “locura” es considerada una privación del juicio o del uso de la razón, una acción inconsiderada o un gran desacierto. Sería considerada como la falta de buen juicio, y hasta finales del siglo XIX sería una gran rebelión ante los paradigmas establecidos en una sociedad.
Siempre he vivido fielmente a la idea de que las grandes creaciones de la vida se dan sólo en la mente de los locos, aquellos de viven careciendo irremediablemente de la aceptación social ajena y sí, ¡Tantas ocasiones en la historia la locura ha sido relacionada con un grave desequilibrio mental! Pero ¿Cómo no? Si lo que está estipulado en nuestro mundo dentro de los parámetros de la “normalidad” llega a tener una falta de imaginación, sorpresa, belleza, inspiración, aprendizaje, viviendo en una absurda monotonía con una tremenda falta de encanto y excitación hacia lo desconocido.
Vincent Van Gogh, un loco atormentado desde muy temprana edad, en la que su vida estuvo marcada por el sufrimiento, la pobreza, ataques de epilepsia y luchando contra su peor enemigo, él mismo, por no perder la razón por completo, fue reconocido hasta después de su muerte, destinado al fracaso en vida (se dice que por un presagio que fue nombrado igual que un hermano fallecido un año antes de su nacimiento al haber nacido exactamente el mismo día) llegó, después de su suicidio, a ser considerado uno de los pintores más influyentes en el expresionismo e iniciador del abstraccionismo.

Van Gogh, con la edad de apenas veinte años entró en un conflicto emocional mayor al cual siempre había presentado desde la niñez, ahí decidió canalizar toda su genialidad en la religión y la ayuda al prójimo como misionero, pero en algún momento de su vida, en la cuna del arte, Paris, la ciudad luz, se quedó fascinado ante el trabajo de Jean- Francois Millet, sintiendo así que entraba a un terreno sagrado, un universo paralelo en el cuál su gran locura podía ser proyectada sin límites. Bien se dice la famosa historia de que en uno de sus ataques de demencia y en alguna pelea con su gran amigo Gauguin, Vincent tuvo un arranque y se cortó la oreja con la navaja de afeitar, eso creo que se podría considerar como una leyenda completa, ya que estudios afirman que tal vez el que cometió este acto fue el gran Gauguin en contra de Van Gogh, pero le aporta un gran misterio a la historia de este gran pintor que posiblemente, si el fue el que cometió este acto que lo sepultó como un gran demente, no podía continuar escuchando las voces de sus fantasmas personales.
Pero todos aquellos considerados locos en la historia, no hubieran trascendido a no ser por sus arranques, pinturas, escritos o actos “alejados de toda realidad” o “alejados de la mente” que rompieron con todas las normas que impone el mundo, cuando, por más que evolucione, siempre debes de encontrar esa chispa de locura, de emoción para no estancarte en esa vida cotidiana.
Esos locos que alguna vez fueron rechazados por su propio mundo, optaron por crear el suyo, en el que no existían los límites ni la diferencia entre el bien o el mal, simplemente lo que su corazón y mente distorsionada dictaran.
Otro claro ejemplo podría ser el gran filósofo citado al principio de este artículo, Friedrich Nietzsche se desdé joven contrajo la terrible enfermedad de sífilis por su manía de frecuentar burdeles desde muy temprana edad, y consumió todo rastro de salud llevándolo a una muerte lenta, dedicado completamente a la escritura perdiendo el juicio, y borrando esa delgada línea entre la realidad y la fantasía. Más claro no pudo haberlo proyectado, diciendo que, darle paso a la demencia es encontrar una caja de resonancia que perdurará a través del tiempo y del espacio.

Pero en nuestro mundo jamás harán falta los locos, porque son aquellos que tarde o temprano llegan a cambiar el destino, los pioneros de las nuevas corrientes que siguen saliendo como una plaga que jamás podrá llegar a ser erradicada.
Lo único que no quisiera profetizar es que en un mundo tan globalizado como el que nos toca vivir, por miedo al rechazo social encerremos en el baúl de nuestra alma ese loco que cada quien lleva dentro. Ya que debemos de comprender que la locura no es un desacierto, al contrario, es lo más acertado de nuestra existencia, borraremos los límites mentales y más que una privación del juicio o estar “alejados de la realidad” tocaremos con la yema de los dedos la verdadera realidad del mundo, que es vivir bajo expectativa.
Consideremos la locura como un don divino. Y luchemos por encontrarla, extenderla y fomentarla.
Tenemos que divorciarnos por un rato de la conciencia, dándole entrada a la locura.
Así que la próxima vez que encuentren a un loco desquiciado, sin una oreja, alcohólico, obsesionado con la artes, que ante su desgracia económica se refugia en la pintura, o a un misántropo, que no deja de cuestionarse de la razón del ser, mujeriego y ególatra.. sonrían, dejen sus juicios a un lado y sueñen despiertos, que tal vez en algún momento de la historia futura, esos locos serán aquellos que sus pasiones e inquietudes ocultas marcarán el destino de sus hijos o nietos, sus escritos o pinturas, despertarán deseos que jamás imaginaron, trazarán el camino hacia ese nuevo mundo aún desconocido para los maliciosos de su época…

jueves, 17 de febrero de 2011

El Poder de las Palabras


“Toda la Tierra tenía una misma lengua y usaba las mismas palabras. Los hombres en su emigración hacia oriente hallaron una llanura en la región de Senaar y se establecieron allí. Y se dijeron unos a otros: «Hagamos ladrillos y cozámoslos al fuego». Se sirvieron de los ladrillos en lugar de piedras y de betún en lugar de argamasa. Luego dijeron: «Edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo. Hagámoslos así famosos y no estemos más dispersos sobre la faz de la Tierra».
Mas Yahvé descendió para ver la ciudad y la torre que los hombres estaban levantando y dijo: «He aquí que todos forman un solo pueblo y todos hablan una misma lengua, siendo este el principio de sus empresas. Nada les impedirá que lleven a cabo todo lo que se propongan. Pues bien, descendamos y allí mismo confundamos su lenguaje de modo que no se entiendan los unos con los otros». Así, Yahvé los dispersó de allí sobre toda la faz de la Tierra y cesaron en la construcción de la ciudad. Por ello se la llamó Babel, porque allí confundió Yahvé la lengua de todos los habitantes de la Tierra y los dispersó por toda la superficie.”
“ A mis doce años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito : <<¡Cuidado!>>. El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: <<¿ Ya vio lo que es el poder de la palabra?>>. Ese día lo supe.
Ahora sabemos, además, que los Mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo y, con tanto rigor, que tenían un dios especial para las palabras.”
Gabriel García Márquez- 1997
Las palabras son un mero vínculo entre la mente y las personas a nuestro alrededor.
El maestro Gabriel García Márquez, mejor conocido como el Gabo, utiliza esta pequeña historia con moraleja en uno de sus discursos, extraído de su más reciente libro “Yo no vengo a decir un discurso” publicado a finales del año pasado.
¿Qué son las palabras?  Son mucho más que segmentos limitados por pausas o espacios, su morfología requiere mas que una simple explicación científica, tratando de darle una explicación racional y razonable a la maravillosa necesidad del hombre por comunicarse entre sí, un tributo al ingenio humano.
¿Será que todas las palabras estaban predeterminadas desde la época de las cavernas en la que el hombre tenía la inquietud de no limitarse a las pinturas rupestres?
Mediante gemidos, ruidos con una extrañeza para el hombre, las cuerdas vocales se fueron afinando, tomando color, estilo y forma, que se tornaron en sonidos jadeantes, utilizando las manos para describir sus deseos, pasiones, implementar sus obligaciones y estos, se trasformaron en susurros cuando se dieron cuenta habían creado el descubrimiento más importante de toda la humanidad.
Ni el fuego, ni el agua, tiene tanto poder como la palabra, que es la representación ingrávida e intangible de los sentimientos y pensamientos que se albergan desde nuestra parte mas conciente del cerebro, hasta en el recoveco el deseo más prohibido.
Oral o escritas, que sería del hombre sin la gran herramienta de unas cuantas figuras a las que llamamos letras o unos cuantos sonidos que si los decimos como poesía optan por tener un sentido, y así entendernos.
Que daría yo por comprobar ese cuento de la historia de Babel, creo que es mucho más que una simple metáfora bíblica, algo habrá sucedido en el ese momento en la historia en la que el hombre se cansó de aquél que no compartía sus ideas y decidió crear un lenguaje secreto entre sus compinches, abandonar su territorio y buscar fortuna apostándole al destino sin importarle que a la larga sería todo un proceso de entendimiento entre países, entre continentes que seguirían los mismos intrépidos pasos y tardarían millones de años en lograr entender de la manera más mínima los ideales de cada grupo que quisieron y soñaron con crear su propia utopía.
¿No fue hasta mediados del Siglo XVI en el que pudieron comenzar a entenderse las culturas europeas con el Nuevo Mundo?
Pero las palabras optaron por convertirse en un idioma que representaron cada cultura y civilización, de la misma manera que el lenguaje representa toda una historia en cada país, sin demeritar ninguno, bien existe un dicho que ostenta diciendo que el francés es el lenguaje del amor, el inglés de las relaciones, y el castellano es el lenguaje para hablar con Dios. Sea religioso, romántico o social, las palabras representan un enorme juego de semántica, completamente pulido o irremediablemente machado o transformado, pieza fundamental en las interrelaciones.
La perfección jamás ha sido buena, es obsesiva y aburrida, por eso debemos de jugar con el lenguaje, arrastrarlo hacia los límites de su ilimitada vida, descubrir nuevos vocablos y explorar en la jungla de las palabras e idiomas.
Simplifiquemos la gramática.
<<¿Cuántas veces no hemos probado nosotros mismos un café que  sabe a ventana, un pan que sabe a rincón, una cereza que sabe a beso? Son pruebas al encanto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempo no cabe en su pellejo. Pero nuestra contribución no debería de ser meterla en cintura, si no al contrario, liberarla de sus fierros normativos>>
Por eso, borremos las disyuntivas, encontremos ese lenguaje oculto en todos los lenguajes que son los sentimientos, unifiquémonos y luchemos por encontrar la continuación a ese misterioso capítulo del Génesis. Destruyamos esa confusión que fue sembrada en el momento en el que los hombres dejaron de entenderse entre sí, así mejor, dejemos descansar a las palabras e interioricemos en su significado, qué es exactamente el mismo, sin importar la manera en el que lo digas o la secuencia de letras. Los sentimientos no tienen lenguaje. Vislumbramos el futuro, creamos nuestro propio Babel, ésta vez… sin confusión.